Valeria cuenta las dificultades de habitar la sociedad como persona trans. Aunque en su infancia recibiera apoyo familiar, especialmente de su madre, cuando creció experimentó homofobia y, luego de transicionar, transfobia también. A la edad de 14 años se fue de su casa. Trabajó como estilista, proveyendo sustento económico a su familia, hasta que el crimen organizado le impidió hacerlo. Como Valeria se negaba a pagar una “cuota” a los criminales, ellos terminaron incendiando el negocio que tenía. Migró a Ciudad de México. Fue obligada a prostituirse. En la capital mexicana no recibió un trato menos transfóbico. También padeció acoso de criminales. Viajó a Tijuana en busca de mejores condiciones de vida. En la frontera también sufrió violencia. “México -dice- no es un lugar seguro para nosotras las trans. Estamos luchando por un sueño. Que no queremos vivir esta vida. Sufrir. Pasar por esto. Queremos una vida diferente porque nosotros somos personas. Merecemos respeto”. En este momento, está esperando cruzar a Estados Unidos con la esperanza de empezar de nuevo en un país donde las personas trans sean tratadas con dignidad.